domingo, 22 de julio de 2012

La verdad (Esos besos que no son míos III)

"Nunca más oíste tu hablar de mí. en cambio yo seguí pensando en ti. De toda esta nostalgia que me quedó y del tiempo que pasó, no te olvidaré"- Escuchó Alejandra Holguín, acostada en su cama junto a su gato, sollozando con agonía por verdad que rondaba su mente y su espíritu. "Ya no te amo". Le daba golpes a la mesa, a su cama y a la pared de la casa del Oeste. Cuando le dijo que ya no le amaba, agarró su cara entre las manos, se halo los ojos deseando sacarlos de sus cuencas, tomo los dibujos enmarcados que Sebastian le había obsequiado, los arrojo por toda la habitación y se quedaron rotos por el suelo. Levemente se acerco a ellos y los estrujo sobre su pecho y lloró de rabia. Lagrimas y sangre se mezclaron. Su alma en mil pedazos ahora estaba. Lloraba viendo ese mar de recuerdos.

La distancia y su cambio de humor incompresible terminaron por destruir ese castillo en las nubes. Ahora era un hecho real. Se disolvía el binomio. Fueron 8 meses de un cuento mágico atacado por dragones y gnomos. Pero ella no podía aún asimilar que mientras ella se batía entre los embrollos más banales, su ser amado construía un nuevo lazo amoroso, del cual ella ya no era una opción valida.

Con la cara llena de lagrimas negras, muriendo en su cama de ese dolor que no se puede clasificar ni por el mejor semiologo francés, empezó a recordar cada uno de los fatídicos momentos, pidiéndole a Dios que a cambio de su vida le permitiera regresar al pasado. Y su mente empezó a relatar lo que para ella era un mal sueño del que deseaba despertar. Pero era imposible. 

Recordó cando dibujaron un corazón que entrelazaba las inicias de sus nombres,  sobre la corteza de un árbol cerca a su casa, para inmortalizar su amorío. Alejandra en su melancolía empezó una perorata nocturna: En ese parque hablamos sobre el amor que nos teníamos, hablamos sobre los kilómetros que nos separaban pero que seriamos uno, incluso caminamos por las hojas secas de los arboles que trajeron alusión del sueñe premonitorio en el que la piel de la serpiente se quedaba atrapada en el humus y la voz nos decía que sufriríamos, pero a la final nuestras manos no se separarían. Así pasaron los días y veíamos como los latidos eran al unisono y los ronroneo del gato nos mantenía unidos, como debió ser. Admito que tuvimos peleas muy fuertes, llorábamos y nos dejábamos de hablar.  No sé si era la costumbre, pero en mi casa cuando alguien se enojaba deja de hablar. No entiendo que sucedió ahora, porque antes cuando nos peliabamos, volviamos a juntábamos con mas apego, para terminar sudando y gimiendo entre sabanas, diciendo el nombre del otro al tiempo, hasta nos brotaba un orgasmico TE AMO! 

Sentía el adiós como un disparo, como una farsa, como si todo lo vivido solo se quedaba en su mente, en la nostalgia del ayer. Se preguntaba si su amante había llorado al pensar las palabras para terminar la relación. Se preguntaba si guardaba su foto, como ella hacia con las de él. En que momento aceptaría la realidad, por más que lo negara, por más que apelara a la cordura, sentía el dolor inminente de la muerte, al pensar que los besos que la hacian suspirar y olvidarse de todo, esos besos ya no eran suyos. 


Desequilibrio de amor.


Tú y yo. Yo sin ti. Tu sin mi... no logro articular otro pensar que este terrible sentimiento. Y esta tristeza que se abre como la boca de un muerto tiznando todo a su paso, su sombra que huye en la oscuridad, su soledad tan única, un grito que sale del pecho, una lagrima que recorre la mejilla mientras se leen las palabras del amor no correspondido. Yo lloré un río Magdalena en mi cama. Yo grite más alto que los criollos el día de independencia. Yo gemí más que una parturienta. Un sentimiento que me hiciste abortar, gangrenando mi visceralidad, mi fuerza, mi esperanza de niña rebelde. Y nadie me escucha en esta coraza, sola vagando sin tu amor, como una fruta podrida que se cae de la rama más alta del árbol que sembramos una tarde de noviembre mientras me  prometiste amor eterno. Un amor que se disipó y ahora lo vuelves a tener con aquella que llegó en el momento indicado, según tu insolente opinión.

Y se increpo la voz desde el fondo de la garganta, con tan solo gemidos mientras pataleaba entre dibujos y vidrios, entre las falsas promesas de amor en cartas y en el sí bemol. Mi mundo acuarela se derritió en colores de espanto y muerte con mi leprosa realidad. Trozo a trozo desarmándome como si fuera un hechizo de Cenicienta. Aislada en una pequeña burbuja, creía que el olor de la podredumbre no me alcanzaría jamás. Pero no supe cuando te soltaste y dejaste de endosarme mi cheque de miles de te amo a mi nombre. La magia de los dragones y gnomos que nos rodearon fueron más fuertes que las espadas que forjamos en estos 8 ciclos de luna. Te fuiste sin decirlo, sin darme cuenta. Culpable yo, yo absoluta, simplemente yo, por ser tan terrible como soy, por no medir mi fuerza, por sobrepasar las reglas, por imponer mi voz, esa que ya no me sale y que solloza de pavor solo al ver tu luz fulgurando cual veleta alrededor de una fogata que huele a hierbas y café. 

Todos se alistan para la fiesta, mientras yo me dibujó una sonrisa de payaso para sobrellevar esa tortura de aceptar que no tendré el sabor de frambuesa de tus labios recorriendo mi cuello una vez más. Desde cuando el viento cambio de dirección y deje de ser la bandera roja del norte que te indicaba la meta. Mientras me deshago de mis armas y mis flores, no dejo de recordar aquellas tardes cuando el sol se filtraba por las cortinas como insignia de nuestra aventura, con las sabanas empapadas de sudor, tomados de la manos con tanta fuerza, pasando la tarde confinados en un cuarto de cielo esmeralda y tonos rojos como el latir de nuestros corazones, allí donde las manecillas giraban con la parsimonia que hacia posible el efímero encuentro tan temido por los carceleros, tus carceleros indómitos a mi primavera de colores. 


Volaste lejos, en tu camino ya no estaba mi nombre y tu fuego se apago, deje de suspirar, como si el aire se me acabara. Me arroje a un acantilado rocoso, sentí el millar de agujas importándome en los ojos. Cuando los abrí, tu rostro había desaparecido. Solo oscuridad y un abismo de ansiedad y desespero que se enredaba en mis manos, en mis piernas, en mi cabello, no valía la pena gritar, mi salvador desaparecido no me reanimará y solo en una idea delirante de mi mente trastornada y falta de amor, sentía tus manos sobre mi cuerpo amándome de nuevo como si nunca hubiéramos salido de ese pequeño cuarto de alquiler para amantes fortuitos.