viernes, 29 de marzo de 2013

Un amigo al teléfono.


Y de repente ya le tenía mucha confianza, tanta para contarle mis problemas en la cama, para decirle cuan doloroso podría llegar a hacer una penetración pero cuanto a la vez era tan deseada. Así, poco a poco se convirtió en un confidente, en la voz detrás del teléfono que me animaba cada noche a seguir con el día siguiente. Yo esperaba al terminar el día, al irse el sol al oeste, me recordada que también lo veía, que estaba al sur, pero que su hogar estaba en el oeste como el mío, mi hogar en la bella tierra bañada por ese río café y muerto que llamamos Cauca. Cuando él reía yo lo hacía, cuando cantaba yo lo hacía, cuando recordaba el pasado yo lo hacía. Era como si fuera mi amigo de toda la vida, que me comprendía cual barrabasada podría yo decirle y solo reía con una risa gruesa y contagiosa que me hacía doler el occipucio ya lleno de serotonina.  Mi amigo me tiño mis noches frías y estrelladas de una gran alegría. Siempre me agrado el día más que la noche, pero cuando hablábamos no deseaba que la noche terminara nunca. Me sumergía en su mar, en su voz clemente, en su risa contagiosa, imaginaba su mirada de ternura cuando mi voz se quebraba, sus abrazos de lejos cuando lloraba a escondidas. Cuando terminaba las horas que hablábamos sentía un vacío enorme, un vacío que nunca le dije, un vacío que no lograba identificar como si necesitara más de su energía. Mi apego a esa voz me dio fuerzas para batallar una guerra perdida de lágrimas, difuntos y flores. Y después de perder la batalla y entregarme al olvido incierto, su voz era un faro de ayuda, era más fuerte sin duda que yo, su baluarte era todo poderoso, ubicuo y tan ligero y ameno que lograba ensalzarme como si fuera una dulce doncella en peligro. Mi amigo logro fortalecer mi alma, avasallar mis pesadillas y mi sufrimiento, ser una espada para enfrentar al dragón como si fuera yo San Jorge. Pensé mil veces, mil noches en cuando conocería el rostro de donde emanaba esa voz y estrecharlo entre mis manos, como si mis ganas de amar aún persistieran a pesar del invierno más desgarrador y la luna apagada. Y aunque mi amor verdadero aún me cueste olvidar, mi amigo se trasformó en un puente a la realidad, un valle de esperanza, un abismo de alegría, un lago de comprensión y me ayudo a que ese despertar sin tener a mi amor verdadero, no fuera tan doloroso y empezó como si fuera un hábil cirujano, a remendar este corazón roto que seguía latiendo. Si alguna lagrima recorrió mi mejilla, sentí su presencia a mi lado, sus brazos danzando por mi cuerpo alentándome a seguir. Mi amigo de llamadas, estaba allí, no solo su voz en mi cerebro, no solo su risa en mi garganta, no mis latidos en sus venas. Estaba allí y podía verlo. Ver su imagen tan generosa y grande, como un ángel del cielo que seguiría el camino  a mi lado, ayudándome, mientras yo le pagaba con mi sonrisa. 

viernes, 22 de marzo de 2013

Es ella que vuelve.

Tan ilustre y déspota. No sé qué es, entonces, lo que tú deseas, en que te empeñas en ser conocida. Tú que habitabas la oscuridad ahora limitas el desprestigio. Siempre deseando un beso más, uno de más. Deseando una caricia, una de más. No te conformas con lo que te ofrece el de turno, cada vez más y más deseos insaciables de amor. Para ti, el amor y el romance es efimero. Uno tras otro, tras otro, enfilando un ejército que entra cada noche a tu cama y te despoja de virtud. En eso te has convertido querida, en una insaciable que solo acumula rencores, pasiones y deseos de poseer un trofeo de la más meretriz. 

Eres un vampiro que se alimenta de besos, de caricias, de los gélidos suspiros y luego como si el tiempo te marcara el fin de la cena, en ese desesperado afán de amar, te marchas con otro al que empiezas de nuevo, a mendigar un poco de su ser, de su pasión y deseo. Son acaso lindas tus acciones, querida, pregúntate. Aquellas acciones que tienes con tus pretendientes, aquellas de viajes y cenas, de flores y prendas, de joyas y coronas.

Arrojas esas prendas que adornaron tu cuerpo durante el día y buscas incansablemente un cuerpo a quien pedirle abrigo. No quedan vestigios de lo que alguna vez pude ver, ya no eres la misma tierna chica de la cual perdidamente me enamoré. No sé lo que eres. No me atrevo, por más que lo niegue, a manchar tu buen nombre. Siento respeto no por tu inmundo ser, no mancho tu nombre por lo que algún día fui a tu lado, guardando ese recuerdo como la única muestra de afecto verdadero que existió en ti. 

Dices ser grande, cuando apenas si puedes gatear, pides ser amaba cuando solo dañas corazones. Eres fría y malvada, como las mañanas después del invierno.

Me pregunto si acaso deseas ser un personaje que refuerza esa protección que impide ver cómo eres, que impide escuchar tu voz, tu verdadera voz y solo esas estúpidas frases pre-formadas, de conocimiento robado Me pregunto acaso quien fue quien te daño que tuviste que refugiarte en ese personaje tan odioso. No creo que tanta mezquindad sea de tu ser, alguien tuvo que sembrarla y te empeñas en que carguemos algo de lo que estas cosechando. Pues no. Me niego a ser parte de tu melancólico juego, ese de mentiras y de tardanzas,  ese que juegas con todos. Pues ya no. Apártate de mí, deja ya de imaginar que soy un peón que recorre tu campo, pues el único campo que quise recorrer fue tu cuerpo y mis golpes eran besos, pero te negaste. Así que asume las consecuencias de dejarme ir, pues no estoy dispuesto a volver, si así fuera el caso.

Pasaran muchos por tu cama, muchas noches de pasión, muchas formas de pensar que logren estimularte el cerebro, creerás que has amado, pero al final, cuando cansada y enlutada te desprendas de ese lecho, descubrirás que solo hizo falta una sola persona y no esos diez, esos 100 o esos mil hombres para descubrir la afligida imagen de una mujer que solo buscó el deseo, que pensó que amaba, que creyó encontrar su felicidad, aquella felicidad que perdió la misma noche que decidió confundirse en las sabanas con cada amante seducido a sus pies. En esa noche que confu