Una pequeña
historia, que resultó de un momento sentimental por el que pasé. Como siempre
he cambiado el orden de los factores y los personajes. Afortunadamente solo fue
una historia, que fue real.
Lo único
que hizo mal, fue vivir lejos. Su amor, aunque para ella intacto, empezó a
derrumbarse. Las redes sociales hicieron que tuvieran más celos, que se
cuestionaran lo que les sucedía. Estaban en un mar de sombras. Pero ella se
confió de lo dicho por él; se reprochaban lo que se decían por mensajes, sabían
que no hablaban bien o mejor dicho que no sabían que palabras utilizar en el
momento de sus discusiones. Esas palabras los afectaban a ambos, sin querer
llegar a eso. Presumían conocerse y se recalcaban este hecho, pero en si no se
conocían. Eran dos extraños que se llamaban a diario y compartían cada momento
de sus vidas convertidos en códigos binarios. Algunas cosas faltaban, colgaban
y se volvían a llamar para decirlas. Bueno, algunas veces esto si sucedía, pero
en su gran mayoría se alcanzaban a decían todo.
Ella no
entendía que estaba pasando. De nuevo su corazón estaba quedando solo. Sólo con
su soledad, sólo con sus sentimientos, su amargura y su tristeza. Otra vez lo
lúgubre de su vida tomaba el poder en ese barco a la deriva. Que angustia tan
increíble, que desgracia tan infinita estaba pasando. Se preguntaba ¿Qué era lo
que estaba haciendo mal? ¿Qué fue lo que no hizo o dejo de hacer? ¿Porque no se
dio cuenta antes? ¿Que eran esos cambios?, ¿Eran evidentes o solo era ella que
lo sentía? ¿Porque él no le decía la verdad? ¿Qué fue lo que hizo? Eso siempre
se lo preguntaría.
Suspiraba
para no llorar. Pero en su casa, sentada junto a su gato, veía como sus
sentimientos se despilfarraban por sus mejillas impactando en el piso. Pensó
que ese mismo instante lo estaría sufriendo él, por no tenerla a su lado. Esto
no era justo. Tal vez no había culpables, tal vez solo eran ellos dos los
culpables, pero no uno solo. Ella tenía más ideas de culpa, ella fue la que se dejó
enamorar, ella sabía que sería muy duro y confió en que la distancia no sería
impedimento para amar. Confío en las palabras de él. Aquella vez que se miraron
a los ojos, cerca del jarillón del río Meléndez, allí en esa tarde de Noviembre
cuando el sol estaba por irse al occidente del planeta, se prometieron estar
juntos y luchar por ese amor inmaculado que empezaba a florecer. Malditas ideas
de culpa que invadían su mente, malditas por siempre.
A qué horas
dejó que su vida fuera controlada por el amor. ¿Porque dejó que la cegara esas
palabras románticas de eterna felicidad? ¿Ah? ¿Preguntas sin respuesta acaso?
Maldita la hora en que dejó entrar ese estúpido sentimiento. Tanto tiempo en
tinieblas y tuvo que ver esa luz de vida, caliente y amañadora, para nada. ¡Que
locura! Dio ese primer pasó sin saber lo que le afrontaba, pero no quería
quedarse a ver como la iba a aplastar la desilusión del amor. Terrible
sentimiento si lo piensa uno muy bien. Desgracia infinita la de enamorarse de
alguien que vive a kilómetros y peor si lo tienes a la vuelta de la esquina.
Mínimo te dejaría porque lo tienes cerca. Hipócritas de miedo.
Se sentó en
la biblioteca. Bueno, en un pasillo de ésta, a esperar a sus compañeros de
clase para trabajar. Vio como el mundo giraba al lado de ella, esos pasos, esas
risas, esos gritos, esas sombras humanas que corrían apuradas y otras que solo
deambulaban taciturnas. A pesar de todo trato de sonreír, pero el recuerdo de
su actual amor, solo le dejo asomar en su rostro una muy tenue e infame
sonrisa. Suspiro tras suspiro, pensaba que con ello su dolor se iría. ¿Cómo
volver a la normalidad? ¿Cómo? Las imágenes de su novio, besando, acariciando y
amada a otra mujer las idealizó en su retina. Infame, maldita, descarada. Una
ladrona. Una descarada. Que rabia, que ira, que dolor, que… que… no aguantaba
más el estar así. Eran imágenes. En verdad ella desconocía cual era el motivo
de estar perdiendo a su amor. En su interior pensaba que la culpa la tuviera
ella, por estar lejos y que no fuera que una intrusa estuviera dándole el amor
que ella no había podido dar al máximo en estos 7 meses de haber enlazado sus
brazos bajo la luz de Andrómeda. Que doloroso va a hacer darse cuenta que su
cuerpo no volvería a ser tocado, incluso que sus olores no se mezclarían
invadiendo de fragancia la habitación; que sus labios despintaran los suyos;
que su piel no se manchara más de sus besos; que sus cabelleras no estarían
atrapadas en sus manos; que no vería la sonrisa cuando en su boca cayeran
cabellos de su cabeza; que el sudor de su espalda no humedecería su pecho
y no vería como esas gotas bajaran desde su soleada melena recorriendo la
espalda hasta terminar en esos lindos huequitos cercanos al inicio de sus
lustrados glúteos; y que sus piernas jamás se volverían a cruzar en la esquinas
de la cama.
Cuanto
añoro que sus ojos se encontraran de nuevo y recordar el impacto del sol en sus
ojos, así como cuando se vieron por primera vez a la cara. Día tras día, pidió
volver a juntar sus manos; sus sueños por realizar; Pero ahora, empezó a pensar
que solo fue eso, sueños. Sueños que no verán la luz, se quedarían en el mundo
de Platón. Su mundo mágico se derrumbaba segundo a segundo, y como se filtraba
por esos fuertes muros construidos de ilusión, la duda y la discordia. ¿Qué
hizo mal? ¿Qué? Pensó que la única forma de estar a su lado era muriendo. En la
muerte sería feliz y tendría la paz tan anhelada; y si esta muerte seria por
amor, podría acompañarlo por siempre y sentir su respiración y verlo cada noche
como lo deseo. Anochecer y amanecer a su lado. Eso quería. Eso anhelaba. Sentir
su aliento pétreo de las mañanas y hacerle bromas por esto, preparar algo de
desayunar y comerlo juntos, acostados aún en la cama, sin hablarse, solo
mirándose a los ojos y saber que lo único que dicen es esa palabra tan
particularmente lejana. Te amo. Maldita palabra, maldita por siempre. Maldita,
mil veces maldita. No tenía ganas de nada, su amor tal vez ya no era
correspondido. Quizás era lo mejor. Si como no, lo mejor. Pensó con su
habitual sonrisa en el rostro, que saldría adelante. Viviría momentos parecidos
con otra persona, pero no olvidaría lo que había vivido. Hay que trascender,
pero que duro será eso. Lloraría mucho esas lágrimas de mar para olvidar. Sí no
hubiera convertido su amistad, no tendría por qué llorar en estos momentos. Al
fin y al cabo lo único que consiguió fue una firme y bella amistad, que
perduraría hasta el momento que abandonara este planeta. Utópica promesa que
anhela se vuelva muy cierta.
Como voy a
vivir sin vos. Respóndeme aunque sea para dejar de ser tan imbécil en esta vida
de lamentos, de difuntos, de lacras y engaños. ¿Dónde está lo que somos?
¿Porque ahora es lo que éramos? ¿Que pasara entonces? Un adiós y ya. Asunto
olvidado. ¿Que pasara conmigo y nuestros sueños? Mi corazón siempre, siempre,
siempre será tuyo…
Sabía muy
bien, que debía ser valiente y continuar el camino de piedras. Sabía
perfectamente, como que el sol es una bola de gas incandescente, que su amor
fue sincero y que jamás, jamás, jamás tendría uno como aquel. Como aquel amor
que él le dio desde el momento en que le conoció.
Ahora es
consiente, después de tanto llorar y pensar, que no puede llegar a imaginar
cuanto duele despertar y no tenerlo, no se imagina sus noches sin luna que
oscurece la casa del oeste… Allí regresaría arrastrando su alma, caminando
entre los árboles del parque del Perro; allí regreso bañada en lágrimas, con
sus ojos llenos de amaneceres, desdichada y cansada. Admitiendo que no era
justo que él sufriera por no poder tenerla cada día y poder besarla en la
noche, y aunque su amor era eterno, por ahora debía dar un paso al lado y
dejarlo seguir, que fuera libre de esta atadura tan fría que los estaba
uniendo. Él no soportaba más estos inviernos y solo verle cada mes, necesitaba
esa alma de mujer a la que pudiera rodear con sus brazos y decirle cuanto le
amaba. Ella le dijo que le esperaría cuanto fuese necesario, que en verdad le
amaba como a ninguna otra persona, pero eso no bastó para que el dolor sentido
fuera curado. Valiente amor, que no ayuda a nada y más daño hace. Maldito
sentimiento. Quizás el amor no sea el eje del mundo. Hasta él se lo aseguro.
Pero siempre confió, por lo que aprendió que sí lo era. Pero terriblemente
debía saber que su felicidad seria a costa de este amor. Que ya no más, que en
un futuro cuando sus corazones latieran al tiempo y a la misma altura sobre el
nivel del mar, volverían a unirse para nunca jamás separarse y ser solo uno. Un
solo ser lleno de amor, de ilusiones por vivir. Solo hasta entonces ella sería
feliz. Pero él, le decía que no, que fuera libre, que si él se liberaría de
esas cadenas, ella no debería seguir atada. Pero no acepto. Preferiría mantener
esa vela encendida, hasta que el volviera de su viaja y con la misma
envergadura de sus brazos lo abrazaría hasta que sus suspiros llenaran sus
almas de nuevo.