Lo vi crecer.
Lo vi morir. Desde que estaba en mi vientre, pensé que sería la madre más
orgullosa del mundo. De hecho, lo he sido. Pero ya no soy su madre, al menos no
en la tierra. Y es que fue tan pronto que no pude despedirme, que no pude
volver a sentir sus saludos, sus gritos, su inconformidad de joven, sus insistentes
permisos y el dinero de más para salir por ahí. Siempre vi que Harold era desde
niño un ser muy diferente a los demás. Siempre fue tan elogiado por sus
compañeros en el colegio, tan risueño, tan lindo con todos, era mi muchachito.
Podía no ser el mejor estudiante, pero siempre me hizo feliz que lo intentara.
Pero que repelente era para el estudio, una lidia para que hiciera las tareas.
Solo quería estar con esos muchachos, esos que eran oscuros, que quien sabe cuánto
mal habían hecho en sus casas. Pero quien le quitaba de la mente a mi Harold
que esos no eran amigos, que ellos no lo dejaban ver la realidad y le crearon
unas fantasías de poder tan fantasiosas como efímeras. Es duro saber que ya no
crecerá más, que no lo tendré a mi lado. Pero hay algo que no puedo comprender,
cuando él murió la gente comentaba sobre sus planes, sus deseos y fantasías, yo
no podía creer que tuviera grandes ambiciones de crecer de manera exponencial,
sin el sudor debido. ¿Qué fue lo malo que pasó? No comprendo de cuando a acá,
los jóvenes ya no querían libros sino ese respeto impuesto por las armas.
Las noches de enero son cálidas así que algunos integrantes de la fiesta se trasladaron al jardín delantero entre ellos Harold que les presumía a sus amiga Ximena y Gregorio, el celular que con esfuerzo su papá y yo le habíamos regalado para Navidad. La celebración se detuvo en segundos, cuando uno de los muchachos, creo que su nombre era Mauricio, salió corriendo hacia el interior de la casa, y un hombre con barba entró tras él, pero nadie notó algo fuera de lo normal. Y fue entonces cuando una ráfaga de sonidos aturdidores se escuchó y empezaron a correr sin saber de dónde venía tal estruendo. El caos se apoderó de la fiesta y empezaron a correr, a refugiarse, a buscar un escondite y otros, como mi hijo, se arrojaron al piso. Sonaban disparos, gritos, “Corran”, disparos, lágrimas y más disparos. Todo cesó. “Salgan de allí, Harold salga”, alguien grito… Y en ese momento mi hijo, sin nada que deber, solo algunas materias en la Universidad, sin saber con quién se juntaba, y estudiando para defender culpables e inocentes, riendo y festejando, y con el corazón en la mano decidió levantarse, su plan de huir del lugar se frustro en segundos. El hombre de barba salió de la casa, cumpliendo su labor de terminar con la existencia de su colega sicario, saldando las deudas de su vil negocio, cuando se percató que una masa se movía hacia él, en un intento de ponerse de pie, el hombre disparó tres veces y corrió hasta su motocicleta, ahogando cualquier sonido de la noche. El primer de los disparos dio en la pared, el segundo en el nuevo celular y el último terminó cegándoles la vida a mi hijo y luego a Gregorio; los dos jóvenes con sus cabezas juntas protegiendo a su amiga en común, fueron sorprendidos por la bala que les atravesó las cabezas, quitándoles la vida. ¿Era justo aquello que sucedía? Faltaron segundos para que hijo dejara esa casa. Néstor se había detenido instantes antes, pues había visto a varios chicos gritar y correr por sus vidas, pero nunca pensó que era mi hijo quien había perdido la vida tan injustamente. El alborotó de los vecinos me despertó y minutos después, estaba sentada al lado de su cuerpo, tragándome el dolor de madre, viendo como la sangre de mi único hijo, emanaba como una línea que huía del yacimiento.
En esos momentos me pasaban muchas cosas por la mente. Pero no podía responderlas. Solo el dolor era mi vivir, mi pensar y mi existir. Él no vivía aquí, él no tenía nada que ver con ellos, él solo entró a saludar, él solo debía esperar a su amigo para despedirse. Despedirse para irse a la Universidad, no al Cielo. Mi hijo Harold, ni único hijo, mi abogado, mi soñador; sueños que se quedan, una vida menos, una estadística más, un abogado menos, una cripta más. ¿Cuándo las cosas se van a hacer de otra manera?, ¿cuándo los inocentes dejaran de pagar culpas ajenas? ¿Porque la violencia se ha convertido en algo de leer en periódicos amarillistas? Mi hijo hace parte de esas páginas. Páginas de mi vida que no entiendo. Espero que mi fe, no deje que respire odio y venganza que den continuidad a un ciclo. Porque la muerte de mi hijo es el inicio y el fin de la venganza, porque no quiero que más madres sufran, que no maten a sus hijos. Nadie merece morir de esta forma.
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