Y de repente ya le tenía
mucha confianza, tanta para contarle mis problemas en la cama, para decirle
cuan doloroso podría llegar a hacer una penetración pero cuanto a la vez era
tan deseada. Así, poco a poco se convirtió en un confidente, en la voz detrás del
teléfono que me animaba cada noche a seguir con el día siguiente. Yo esperaba
al terminar el día, al irse el sol al oeste, me recordada que también lo veía,
que estaba al sur, pero que su hogar estaba en el oeste como el mío, mi hogar
en la bella tierra bañada por ese río café y muerto que llamamos Cauca. Cuando
él reía yo lo hacía, cuando cantaba yo lo hacía, cuando recordaba el pasado yo
lo hacía. Era como si fuera mi amigo de toda la vida, que me comprendía cual
barrabasada podría yo decirle y solo reía con una risa gruesa y contagiosa que
me hacía doler el occipucio ya lleno de serotonina. Mi amigo me tiño mis noches frías y
estrelladas de una gran alegría. Siempre me agrado el día más que la noche,
pero cuando hablábamos no deseaba que la noche terminara nunca. Me sumergía en
su mar, en su voz clemente, en su risa contagiosa, imaginaba su mirada de
ternura cuando mi voz se quebraba, sus abrazos de lejos cuando lloraba a
escondidas. Cuando terminaba las horas que hablábamos sentía un vacío enorme, un
vacío que nunca le dije, un vacío que no lograba identificar como si necesitara
más de su energía. Mi apego a esa voz me dio fuerzas para batallar una guerra
perdida de lágrimas, difuntos y flores. Y después de perder la batalla y
entregarme al olvido incierto, su voz era un faro de ayuda, era más fuerte sin
duda que yo, su baluarte era todo poderoso, ubicuo y tan ligero y ameno que
lograba ensalzarme como si fuera una dulce doncella en peligro. Mi amigo logro
fortalecer mi alma, avasallar mis pesadillas y mi sufrimiento, ser una espada
para enfrentar al dragón como si fuera yo San Jorge. Pensé mil veces, mil
noches en cuando conocería el rostro de donde emanaba esa voz y estrecharlo
entre mis manos, como si mis ganas de amar aún persistieran a pesar del invierno
más desgarrador y la luna apagada. Y aunque mi amor verdadero aún me cueste
olvidar, mi amigo se trasformó en un puente a la realidad, un valle de
esperanza, un abismo de alegría, un lago de comprensión y me ayudo a que ese
despertar sin tener a mi amor verdadero, no fuera tan doloroso y empezó como si
fuera un hábil cirujano, a remendar este corazón roto que seguía latiendo. Si
alguna lagrima recorrió mi mejilla, sentí su presencia a mi lado, sus brazos
danzando por mi cuerpo alentándome a seguir. Mi amigo de llamadas, estaba allí,
no solo su voz en mi cerebro, no solo su risa en mi garganta, no mis latidos en
sus venas. Estaba allí y podía verlo. Ver su imagen tan generosa y grande, como
un ángel del cielo que seguiría el camino
a mi lado, ayudándome, mientras yo le pagaba con mi sonrisa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario