domingo, 6 de mayo de 2012

De la violencia y otros demonios.


Lo vi crecer. Lo vi morir. Desde que estaba en mi vientre, pensé que sería la madre más orgullosa del mundo. De hecho, lo he sido. Pero ya no soy su madre, al menos no en la tierra. Y es que fue tan pronto que no pude despedirme, que no pude volver a sentir sus saludos, sus gritos, su inconformidad de joven, sus insistentes permisos y el dinero de más para salir por ahí. Siempre vi que Harold era desde niño un ser muy diferente a los demás. Siempre fue tan elogiado por sus compañeros en el colegio, tan risueño, tan lindo con todos, era mi muchachito. Podía no ser el mejor estudiante, pero siempre me hizo feliz que lo intentara. Pero que repelente era para el estudio, una lidia para que hiciera las tareas. Solo quería estar con esos muchachos, esos que eran oscuros, que quien sabe cuánto mal habían hecho en sus casas. Pero quien le quitaba de la mente a mi Harold que esos no eran amigos, que ellos no lo dejaban ver la realidad y le crearon unas fantasías de poder tan fantasiosas como efímeras. Es duro saber que ya no crecerá más, que no lo tendré a mi lado. Pero hay algo que no puedo comprender, cuando él murió la gente comentaba sobre sus planes, sus deseos y fantasías, yo no podía creer que tuviera grandes ambiciones de crecer de manera exponencial, sin el sudor debido. ¿Qué fue lo malo que pasó? No comprendo de cuando a acá, los jóvenes ya no querían libros sino ese respeto impuesto por las armas.

 Fue entonces, esa noche de Enero, en la que me pidió permiso por última vez para salir un rato a la calle, una noche más antes de regresar a la universidad y continuar sus clases de leyes. Me sentía orgullosa que a pesar que mi hijo no fuera el mejor, se había decidido por estudiar una carrera y que más orgullo que en unos cuantos años, tendría a mi abogado. Como ya se e iba para la Universidad, con el rosario en la boca,  le di permiso para que se despidiera de sus amigos entre ellos esos que no me agradaban para él.  Que tan extraño fue que esa semana, se había vuelto más apegado a mí y hasta me acompañó a misa, cosa que no le gusta pero pensaba que podía ser por la pronta partida a su realidad académica.

 El mejor amigo de Harold, era Néstor, un joven mayor que él, que venía de la capital, acostumbrado a que los edificios ocultaran el sol, no como aquí, que es la montaña quien lo hace. Nunca lo conocí, pero su nombre era pan de cada día, pero Harold me decía que era bueno y creo que conocí a una de sus tías, una ex profesora del Liceo, el único colegio que no había sido invadido por los “nuevos ricos”. Néstor llamó a mi hijo, y lo invitó a salir, a tomarse algo y charlar, cosas de jóvenes. Mi hijo salió de casa, caminando hacia la casa de su amigo Néstor, paso frente a una fiesta, en una casa cercana, allí se reunieron jóvenes entre conocidos y no, entre lo que llaman sanos y otros con un prontuario. Así que decidió entrar, saludar a unos conocidos y esperar a la llegada de su amigo.

 Lo que yo no sabía pero casi todo el pueblo sí, es que desde hace mucho se venía planeando eliminar, si eliminar, eso dicen ellos, los asesinos, a algunos jóvenes sumergidos en el microtrafico que amenazaban a los grandes traficantes por sus precios económicos. Esos negocios ilícitos son la perdición. El crimen está muy organizado, es algo increíble que tengan leyes, que tengan que seguir órdenes, repartirse las ganancias. Es un negocio de droga y muerte, que tiene uno que estar ciego y sordo para aceptarlo, pero siendo así, muchos jóvenes envían su hija de vida a ver si les dan un chance de admisión. Estos negocios tienen sus consecuencias y cuando hay un objetivo, todo a su alrededor puede caer. Esto le pasó a mi hijo Harold, ahora ya hace parte de una estadística, ser uno de los primeros muertos del año nuevo. 9 días después de estar abrazados todos al son de las campanas de las 12 de la noche, él se nos iba al cielo. Esa noche su risa contrastaba con la música de la fiesta de despedida. Solo debía aguardar algunos minutos, sentado en el antejardín de la casa, a que llegara Néstor. Casualidad de la vida, pasó una antigua compañera de colegio por esta casa, Ximena y lo vio allí sentado. Se detuvo y lo saludó. Ella venía con un joven que estudiaba en la misma universidad de Harold. Su nombre era Gregorio y ya estaba a punto de terminar su carrera, solo le faltaban algunas semanas para completar la pasantía y obtener el diploma.

 La vida es tan ambigua a veces, uno solía pensar que los que debían morir serían los ancianos, pero no. Eso ya no. Ahora quienes mueren son los jóvenes, quienes nunca verán un mañana, no tendrán una familia y no podrán realizar sus sueños, por más utópicos que sean. Triste coincidencia cuando lo indebido y lo injusto se mezclan con el caos y la oportunidad de hacer daño. Esa noche, en esa fiesta cuando las risas de los jóvenes que se despedían de sus vacaciones de Navidad, en ese mismo momento y lugar, se encontraba también un vendedor y supuesto sicario, que gozaba con los chistes y la música como si fuera uno más de los despreocupados celebrantes. Nadie sabía lo que ese sujeto era. Es extraño pensar cómo podemos estar sentados con nuestro enemigo, con la persona que le puede estar haciendo daño a los demás incluso hasta a uno mismo y no saberlo. ¿Cómo saberlo?, pregunta que hago al viento; su respuesta no la escucharé jamás.

Las noches de enero son cálidas así que algunos integrantes de la fiesta se trasladaron al jardín delantero entre ellos Harold que les  presumía a sus amiga Ximena y Gregorio, el celular que con esfuerzo su papá y yo le habíamos regalado para Navidad. La celebración se detuvo en segundos, cuando uno de los muchachos, creo que su nombre era Mauricio, salió corriendo hacia el interior de la casa, y un hombre con barba entró tras él, pero nadie notó algo fuera de lo normal. Y fue entonces cuando una ráfaga de sonidos aturdidores se escuchó y empezaron a correr sin saber de dónde venía tal estruendo. El caos se apoderó de la fiesta y empezaron a correr, a refugiarse, a buscar un escondite y otros, como mi hijo,  se arrojaron al piso. Sonaban disparos, gritos, “Corran”, disparos, lágrimas y más disparos. Todo cesó. “Salgan de allí, Harold salga”, alguien grito… Y en ese momento mi hijo, sin nada que deber, solo algunas materias en la Universidad, sin saber con quién se juntaba, y estudiando para defender culpables e inocentes, riendo y festejando, y con el corazón en la mano decidió levantarse, su plan de huir del lugar se frustro en segundos. El hombre de barba salió de la casa, cumpliendo su labor de terminar con la existencia de su colega sicario, saldando las deudas de su vil negocio, cuando se percató que una masa se movía hacia él, en un intento de ponerse de pie, el hombre disparó tres veces y corrió hasta su motocicleta, ahogando cualquier sonido de la noche.  El primer de los disparos dio en la pared, el segundo en el nuevo celular y el último terminó cegándoles la vida a mi hijo y luego a Gregorio; los dos jóvenes con sus cabezas juntas protegiendo a su amiga en común, fueron sorprendidos por la bala que les atravesó las cabezas, quitándoles la vida. ¿Era justo aquello que sucedía? Faltaron segundos para que hijo dejara esa casa. Néstor se había detenido instantes antes, pues había visto a varios chicos gritar y correr por sus vidas, pero nunca pensó que era mi hijo quien había perdido la vida tan injustamente. El alborotó de los vecinos me despertó y minutos después, estaba sentada al lado de su cuerpo, tragándome el dolor de madre, viendo como la sangre de mi único hijo, emanaba como una línea que huía del yacimiento.

En esos momentos me pasaban muchas cosas por la mente. Pero no podía responderlas. Solo el dolor era mi vivir, mi pensar y mi existir. Él no vivía aquí, él no tenía nada que ver con ellos, él solo entró a saludar, él solo debía esperar a su amigo para despedirse. Despedirse para irse a la Universidad, no al Cielo. Mi hijo Harold, ni único hijo, mi abogado, mi soñador; sueños que se quedan,  una vida menos, una estadística más, un abogado menos, una cripta más. ¿Cuándo las cosas se van a hacer de otra manera?, ¿cuándo los inocentes dejaran de pagar culpas ajenas? ¿Porque la violencia se ha convertido en algo de leer en periódicos amarillistas? Mi hijo hace parte de esas páginas. Páginas de mi vida que no entiendo.  Espero que mi fe, no deje que respire odio y venganza que den continuidad a un ciclo. Porque la muerte de mi hijo es el inicio y el fin de la venganza, porque no quiero que más madres sufran, que no maten a sus hijos. Nadie merece morir de esta forma.


jueves, 3 de mayo de 2012

Voz.

Me gustas cuando no te callas porque estás presente, 
y me escuchas a lo lejos y sabes de que hablo.
Siempre tan dispuesta y firme en tu pensar,
Me gusta que no te rindas si sola estas,
Y que indomable te vuelvas si tu libertad arrebatar desean.
Me gusta cuando no te callas, porque no eres distante ni dolorosa,
eres la luchadora, la que se impone, la que decide,
Si pasar encima tuyo quieren, imponerte debes.
Si te piden que cedas, sabrás que no conviene la lucha inminente.
Haz lo que es correcto, lo que dicte tu alma y mente.

Deja que callen con tu presencia, 
deja que se manifieste tu emblema, 
deja que el ruido de tu voz entorpezca sus mentes.
que si callar quieren, digas un no sonoro y rotundo,
que retumbe por cielos, y caiga como rayo en su vanidad.
Por que has de retornar al silencio?
Si enfrentarte al dragón de 5 cabezas es doloroso y te empaña,
recuerda que allí estaré yo para ayudarte.
Que tu silencio no se convierta en cobardía,
Que porque es mayoría, tienen la razón?

Acaso escuchar no saben, pues tu voz no les llegara.
Pero que quede que no cediste y firme en tu decisión estuviste
hasta el final, sin importar cuanta lluvia en tu rostro se derrame.
Que no seas una dulce y calmada noche,
Que seas un día voraz, implacable, lleno de vida.
Recuerda no te rindas y no cedas tu voz!
No dejes que se impongan en tu pensar y decidir.