martes, 18 de diciembre de 2018

Día Internacional del Migrante.

Voy viajando de Tunja a Bogota. Hoy ha sido otro día de viajes no planeados que salen bien. Tome el bus de regreso a Bogota. Éramos solo 3 Colombianos, en lo que aparentan Colombianos. De repente se han subido 10 chicos y chicas de Venezuela. Son 7 hombres y 3 mujeres, ninguno supera los 25 años. Hay uno muy joven. Están hablando entre ellos, están cansados, vienen de Bucaramanga. Uno de ellos tiene aftas en la boca y quiere comer pero le duele. Su olor corporal no es el mejor. No se aprecian que pertenezcan a los escalones altos de la sociedad Venezolana. Me hice al fondo del bus. Uno de ellos ve brillar   la luz de mi celular. “¿Pana me puede dejar hacer una llamada?. No fue una llamada, fueron 10. Les marcó los numero que guardan en unos trozos de papel húmedos, sudor o agua. Están felices. Hablan con su familia. Cómo si yo fuera el más Bogotano de todos los Bogotanos les doy las instrucciones para tomar los buses cuando lleguen a la ciudad. Hablo con los familiares “Tranquila señora que su sobrino está bien”. -Usted es Colombiano, señor?. Los puede ayudar? Dios lo bendiga.

Hoy es un día que la ONU designó para concientizar de la migración. No es fácil dejar tu casa y más si no hay que comer. No hay esperanza,  sólo queda huir!

Una llamada, un pan, una indicación, un gesto de solidaridad. Pueda ser que se hayan presentado malas experiencias pero son los vecinos, son personas que necesitan ayuda. Además que más chevere que Dios te deba muchos pagos por hacer algo bueno.

viernes, 7 de diciembre de 2018

Duberney, una velita.

Una velita por:

Duberney.

Cuando estaba rotando en Semiología Gastrica, conocí a un paciente de 13 años. Teníamos que hacer la historia clínica de Pediatría y me asignaron este paciente. Dunerney como se llamaba tenía una patología renal, producto de varias infecciones y desnutrición. Cuando yo lo conocí parecía más pequeño que un niño de 8. Supe que había sido retirado de su familia y estaba en proceso de adopción. Al año siguiente estando en Medicina Interna, lo volví a ver. Otra vez me sentaba a su lado, a examinarlo, a ver sus exámenes, a hablar de la posibilidad de un transplante renal. Algo imposible. Él estaba un poco más grande, tenía la voz gruesa y aún me saluda de parcero. Otro año paso y lo volví a ver, yo estaba en Cirugía y como iba a olvidar a mi paciente de nombre Irlandés. Yo le decía que me sonaba a Dublín, pero él no entendía que era la estupideces que yo le decía. Duberney estaba muy mal, necesitaba un transplante pero su seguro no lo había aprobado. A mi se me ocurrió la idea de adoptarlo. No le he contado a nadie esto, pues yo tenia ya 21 años y él casi los 15. Tendría un hijo de 15 a quien podría beneficiarlo para su transplante renal. Pero no podía adoptarlo porque yo estaba soltero, esa fue la respuesta que me dieron. Estuve en un congreso en Tunja y allí le conté a una Nefróloga muy importante en Colombia sobre Duberney. Su respuesta no era alentadora. Sin entrar en detalles era imposible hacer algo por él, descartado todo. Al regresar de Tunja, volví a verlo. A veces rompo las reglas y mantenía contacto con algunos pacientes. Cómo la mamá de Andres Felipe, el bebé de mi primer parto, la familia del primer paciente que lleve remitido o las madres de los niños a quien ayude en el parto y continúe sus controles.
Duberney sobrevivía ahora con diálisis, a veces me lo encontraba. "Que más parce?" Era su saludo casual.
Estando en el Internado, lo volví a ver, yo terminaba mi última rotación, Pediatría y él estaba cerca a ese piso. Delgado, muy blanco, pálido, con los ojos brillantes nos volvimos a encontrar por última vez, yo terminaba medicina y él ya no volvería a decir: “Que más parce?”.

Duberney falleció siendo yo rural, a finales de noviembre. Él era un buen chico que pudo llegar a ser mi hijo. Hoy lo recuerdo, mi paciente de toda la carrera. Uno está hecho de frases de libros, uno está hecho de lo que le enseñan los pacientes.