miércoles, 29 de diciembre de 2021

Haiku #18

 Las hormigas en fila

Llevan hojas

Como las olas del mar


El viento de la montaña

Azul a lo lejos 

Calma todo el ruido


La cigarra canta

Reposando en el tronco

Hasta que el sol muere


Los pájaros vuelan 

De madrugada 

Y sonríen al sol


Torres de piedras

Valle de cañas

Un haiku para ti



martes, 28 de diciembre de 2021

Enamorarse.

 

Enamorase de algo o de alguien, es meramente química. Pero va más allá de algo científicamente racional. Enamorase de alguien es sentirte en el paraíso, sentir que todo su ser te pertenece y quieres pertenecerle. Es sonreír cuando sonríe, es ver el sol cuando lo ve, es llorar cuando llora. Es tratar de hacer que lo gris de la vida se vuelva arcoíris, sin importar la hora ni el lugar. 

Enamorarse 5 o 10 veces al día. Enamorarse de como ríes, de cómo cantas, de cómo hablas y cómo recuerdas tu infancia. Enamorarse de tu cabello, de los lunares en tu cara, de la curva de tu abdomen o del movimiento de tus manos cuando me tocas. 

Si me enamoro de ti, puedo hacerlo una y mil veces. Pero si te amo, solo lo haré una vez. Porque amarse, son dos que se miran y saben sin musitar, que sus latidos van al mismo ritmo, después de enamorarse una y otra vez desde el amanecer.

sábado, 25 de diciembre de 2021

Majo

 Majo, Majotlan. 

Durante este mes de diciembre, y en vísperas de mi aplazada partida a España, que ha dado tantos rebotes como pelota en el marco, tuve la gran oportunidad de comprartir con mi sobrina, más allá de una ida al parque, una cena o un corto saludo después del trabajo. Empezaré con la típica frase que usan las personas cuando exaltan a alguien querido, “no es porque sea mi sobrina pero…” Majo es adorable. Sería una definición corta pero concreta de lo qué es esta niña.

Majo tiene 7 años, su cabello es largo y de un castaño brillante, su piel es bronceada y tiene ojos grandes y como la canela. Es una niña linda, que le gusta las historias que cuenta su mamá, mi hermana. Es una niña que desea dar todo lo mejor, intenta ser lo mejor y se adapta fácilmente a las circunstancias. Majo a crecido rodeara de amor y muchas comodidades, un privilegio del cual estamos conscientes y nos alegramos que tenga una infancia feliz, tanto o mejor como la que tuvimos su hermana y yo en el campo.

Compartir estos días con ella, me dio a entender la dinámica de los niños, más allá de los procesos fisiológicos o patológicos. Cuando estábamos en la fila para pagar alguna compra, Majo se deslumbraba de los objetos a su alrededor y en medio de trueques y promesas con su madre, lograba uno que otro dulce. Ahí es cuando mi furor médico se emocionaba haciéndole entender, eso creía yo, que ciertas cosas no eran buenas para su salud. Y empezó una acalorada dinámica de la que poco a poco tuve que rendirme. Una tóxica mezcla entre ansiedad, temor de la pandemia y conocimiento médico me catapultó a criticar cada una de sus acciones: No toques eso, lávate las manos, no cojas eso, eso tiene mucho dulce, eso es solo azúcar, esto tiene rojo 40, no es sano, súbete el tapabocas, no, no y no. Mi hermana no me restringía, pero en un instante en la cena de los días siguientes, después de un pequeño discurso sobre el exceso de sodio en unas cajas de galletas, mi hermana le pregunta a Majo que si su tío es muy regañón. Majo me mira y luego le responde: a veces. Mi corazón sintió tristeza. Sentí que protegerla y esperar a que no se enfermera, estaba cohibiendola. Le dije que lo hacía por su bien, pero que no iba a ser tan canson.

Mi niña, la que ama las rimas, a la que le gusta jugar a las amigas con su tío de 32 años, me daba una enseñanza gigante. Con mesura aprendí que por más que yo quiera que algo ate bien, depende del otro. Y eso a veces lo olvido. Espero no hacerlo nunca más. 

Ese mes de diciembre, la vi reír de felicidad, asombrase, sentirse cansada y más fuerte que nunca, ser modelo, ser nadadora, comer dulces y frutas, ser valiente y temerosa, soportar las bromas de su tío, ver TV,  jugar a la maestra, viajar y soñar. Y sobretodo, me dio la oportunidad de verla crecer, como nunca lo había hecho. 

Cuando mi querida niña, sea mayor, cuando la adolescencia la enmudezca y quiera tomar sus decisiones, deseo que recuerde a su tío, el que le hacía rimas en la piscina, el que siempre estará para ella, el que la ha socorrido y el que la protegerá. Me gusta pensar, en un día como hoy, que cuando yo no esté o yo no pueda verla crecer, haber tenido el placer de ayudar a tener una infancia un poquito feliz. 

miércoles, 15 de diciembre de 2021

La Princesa

 —En una hora es la audiencia, necesito que estés lista— dijo el edecán mientras ponía una charola de perlas en la mesa de noche. 

 

Ese día sería el más grandioso, pues conocería al Emperador y tendría la oportunidad de cambiar su vida para siempre. Se estremeció en la cama para quitarse las cobijas de encima. Observó en el cristal de la ventana, que le servía de espejo, sus dotes de mujer incrementados por el amanecer. Agarró las perlas y las engulló sin ningún arrepentimiento, dándose cuenta de su grandiosa capacidad para tragar, sonriendo de forma pícara recordando un pintoresco episodio de su vida.

 

Se metió a la regadera y observó la sombra de su cuerpo desnudo en la pared. Tallo su piel con esmero, en especial sus pómulos que se tornaron de un carmesí tenue para evitar la necesidad de maquillaje. Se sentía radiante, con el corazón desbordándose en el pecho, con la respiración agitada y con la osadía de un fiero león. Se puso el vestido verde manzana que encontró en una silla mientras pensaba en cada uno de los nombres de los hijos que tendría con el Emperador. 

 

De nuevo tocaron a la puerta, eran dos edecanes vestidos del blanco más puro, quienes le ajustaron su corsé. Los tres salieron por la puerta al pasillo. Al caminar se sentía bella, incluso más bella que las demás princesas que empezaban a salir de sus aposentos hacia la audiencia.

 

Después de unos cuantos metros llegaron a una gran sala llena de princesas y cortesanos. La alegría la invadió de repente y empezó a danzar para llamar la atención del Emperador. Quería que la viera y la escogiera como su Emperatriz. Hizo una serie de ademanes reales y el saludo de princesa, sin antes notar que se había vuelto el centro de atención. 

 

Mientras danzaba sin cesar, uno de los edecanes se acercó al Emperador y le susurró algo que ella interpretó que sería la escogida.

 

—La paciente de la habitación 31 necesita que se incremente la dosis del antipsicótico, está delirando con ser princesa—

martes, 14 de diciembre de 2021

Santander.

En Santander de Cantabria, donde las montañas se asoman, como una sábana de Ramas, con caminos perplejos y zigzagueantes, caminos de hormigas y mulas, de Torres y Valles, de azules y verdes. 
En medio del sol, su brillo es el que da calor. 
Suspiros dóciles, ternura infinita, júbilo juvenil, la fuerza de un león y la ternura de la cría. 
Un infinita oportunidad de fragancias y texturas, de sueños en noches fulgurantes y endurecidas.
De ojos bravos y mirada desafiante, que se nublan con la sonrisa de mil cuarzos.
Estrellas que adornan su matiz, estrellas que brillan en su pequeña nariz.
Entramado delgado y altivo, rebotando como globo entre el cañón y las peñas. 
Vencedor de centauros, higuera de montaña dulce, cordillera de caricias infinitas.
Aliento a manzanas y miel, de tizne ondulado y manos largas que acariciar anhelan.
Eres luz de vida, recinto de añoranzas, despertar de amores y cuna de latidos. 
Invisible al ojo, intangible pero tan calido y cercano. 
 Retumba tu ser entre los Santos. Retumba desde la Sabana al Valle. Retumba el amor del Santander. Retumba el cuerpo que quiere envolver.
Sin dejar de soñar, es una maravillosa realidad qué Santander retumba más allá de lo qué se puede tocar y por eso se añora como suspiros de medianoche. 

Miedo.

A veces cuando llega la noche y con esta, la oscuridad
Es cuando más temor me da.
Y no es miedo de un duende, el mohan o una bruja,
Es un miedo que no logro identificar y a la vez conozco muy bien.
Más que miedo, es frustración. Más que frustración es desesperanza. Más que desesperanza es minusválida.
Sentir que me apago. 
Que me voy en el olvido sin remedio.
Que me pierdo sin hallarme.
Que me escondo en las tinieblas de un pasado que no quiere ser desempolvado.
Solo en la noche vuelve aquello que se rehusa a deshabitar mi mente y no me deja respirar.
En sueños me despierta, me nubla y me aniquila.
Ay de mi! Ay de mi que me acongojo.
En gotas de copas extras queda mi derroche de llanto y amargura.
En gélidos gemidos de medianoche, con la cara entre la almohada, asfixiando mi tristeza que al llegar la mañana, con el cálido despertar de tu llamado, abandonan mi ser y me permiten sonreírte de vuelta.

miércoles, 1 de diciembre de 2021

Luna


Es verdad, que entré

Más oscuro esté

La Luna de los pobres

Alumbra


Dando un toque azul


Como reflector opaco


Desnuda desde el cielo


Contemplada desde el campo.


Apaciguando el frío


Menguándo el llanto


Noche de Luna llena


De secretos y poemas


Que el alma anhela.

viernes, 1 de octubre de 2021

Caballo.

 Vi un caballo libre

Delgado, bayo y de balayage crin

No tenía marca de hierro en la pata

Pezuñas sin herraduras

Sin chalan, rienda o bocado

Pastaba en un lote baldío

Con paso sonoro y tranquilo

Un caballo libre y sin miedo a nada

jueves, 16 de septiembre de 2021

SOBRE VAN GOGHT

 Aquel hombre holandés, delgado y alto, de ojos celestes y mirada perdida, de barba enmarañada como crin de caballo, de cabello abundante y remolinos cetrinos, de dientes como mazorca, con manos grandes y virtuosas, de andares vagos y noctámbulos, ensimismado en un mundo de colores nada austeros, perdido en el dolor de un epitafio de un funesto sepulcro familiar. Él, Vincent, con el nombre de su hermano que nació muerto exactamente un año antes de su nacimiento, no despertó jamás del gélido beso de las sombras que le carcomieron la mente al creerse extinto. Era un hombre extraño que vagaba por los campos de la Provenza, entre cultivos de lavanda y hortalizas, pintando entre el frio de la primavera y las brazas del verano Francés. Aquel hombre delgado y alto, parecía triste.

Entre hojas, libretas, carpetas y lienzos, se formó la inconmensurable colección de 900 obras, que en su momento no valían ni los cinco francos que pagaba por la habitación más inhuma de un hotel de Arles. El carácter cándido invadió a Vincent, una vez que se estableció en un estudio que arraigo como propio, apaciguando el desconsuelo de sentirse desalmado y sin un lugar donde escapar de las pérfidas miradas que lo desolaban, porque nunca dejó de ser un extraño, aquel hombre holandés en tierra francesa. Solo el recuerdo de la casa amarilla, como se llamó su estudio, quedó en un museo, pues su edificación no se salvó de la guerra que devastó a Europa.

En sus obras, valoradas post mortem, se vanagloria la luz y el dominio del color, el cual fue el más asombroso de la época, pues logró trasformar el dolor de su atormentada existencia en una explosión cósmica de belleza sin igual. Con el uso incandescente del amarillo, tan amarillo que se comparó al que se usa para dividir cada carril de una vía; tan vital, con luz propia como reflejó del sol, como el fuego que sentía su corazón y como la fuerza temeraria para cortarse una oreja.

Pintar sobre las emociones puede llegar a ser fácil, pero usar la pasión, tu miedo, tu tormento y dolor para representar la alegría, el éxtasis y la magnificencia del mundo, solo lo ha logrado aquel hombre extraño, de apariencia ermitaña e inculto, pero con un corazón tan maravilloso, que guardó el secreto de su desdeñado final. Ni la agonía en el lecho de muerte, logro desencajar una sola palabra sobre lo acontecido. No hubo tiempo de dar aviso a nadie, no se podía hacer nada por el holandés errante, que se llevó el secreto, junto a su hermano nacido muerto.

Van Gogh es el mas popular de los grandes pintores de todos los tiempos, nadie a logrado igualar lo majestuoso de la sencillez con que retrataba lo que veía, sin duda el mejor, que ni con lágrimas de alegría lograría desdeñar su rasposa barba que se sentiría cálida en un abrazo de gran admiración.