viernes, 17 de diciembre de 2010

Entierro en Yumbo

Ayer viajaba a Cali y en la carretera Yumbo-Cali se veía a un grupo de personas de todas las edades vestidos con camisas y blusas negras, algunas con logotipos de escarcha y lentejuelas. Lo primero que pensé al vernos es que eran pate de una protesta sindical. De pronto vi a un señor con una corona de flores y luego el imponente ataúd. Una procesión ceremonial hasta el cementerio. El doliente quien llevaba la batuta dejó caer una larga tira, que luego de analizar, supe que era una “culebra de pólvora”. El señor se agachó y con un cigarrillo casi instinto encendió el bullicio. El tráfico se detuvo, mientras el desfile mortuorio danzaba al son del reggaetón, se tomaba aguardiente, se gritaba y la nube de fosforo quemado nos envolvía a participantes y espectadores. Alguien dio la orden de bajar el ataúd y los cargueros lo depositaron en el suelo, donde una señora mayor, con un vestido apretado, lloraba y golpeaba el cristal por donde se asomaba el rostro de su joven hijo. El tráfico seguía detenido mientras la madre lloraba y el velorio andante se entusiasmaba al estar tan cerca del cementerio. Después de continuar la procesión, el ataúd se bañó más y más en aguardiente, despidiendo a su amigo, al primo, al hermano, al hijo que este diciembre ya no bailara, ya no los besara ni abrazara. El camino de la muerte entre celebración y dolor.


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