miércoles, 15 de diciembre de 2021

La Princesa

 —En una hora es la audiencia, necesito que estés lista— dijo el edecán mientras ponía una charola de perlas en la mesa de noche. 

 

Ese día sería el más grandioso, pues conocería al Emperador y tendría la oportunidad de cambiar su vida para siempre. Se estremeció en la cama para quitarse las cobijas de encima. Observó en el cristal de la ventana, que le servía de espejo, sus dotes de mujer incrementados por el amanecer. Agarró las perlas y las engulló sin ningún arrepentimiento, dándose cuenta de su grandiosa capacidad para tragar, sonriendo de forma pícara recordando un pintoresco episodio de su vida.

 

Se metió a la regadera y observó la sombra de su cuerpo desnudo en la pared. Tallo su piel con esmero, en especial sus pómulos que se tornaron de un carmesí tenue para evitar la necesidad de maquillaje. Se sentía radiante, con el corazón desbordándose en el pecho, con la respiración agitada y con la osadía de un fiero león. Se puso el vestido verde manzana que encontró en una silla mientras pensaba en cada uno de los nombres de los hijos que tendría con el Emperador. 

 

De nuevo tocaron a la puerta, eran dos edecanes vestidos del blanco más puro, quienes le ajustaron su corsé. Los tres salieron por la puerta al pasillo. Al caminar se sentía bella, incluso más bella que las demás princesas que empezaban a salir de sus aposentos hacia la audiencia.

 

Después de unos cuantos metros llegaron a una gran sala llena de princesas y cortesanos. La alegría la invadió de repente y empezó a danzar para llamar la atención del Emperador. Quería que la viera y la escogiera como su Emperatriz. Hizo una serie de ademanes reales y el saludo de princesa, sin antes notar que se había vuelto el centro de atención. 

 

Mientras danzaba sin cesar, uno de los edecanes se acercó al Emperador y le susurró algo que ella interpretó que sería la escogida.

 

—La paciente de la habitación 31 necesita que se incremente la dosis del antipsicótico, está delirando con ser princesa—

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